carne para ser

Nacer a un mundo en el que el cuerpo debe acreditar el derecho a su existencia, al espacio que ocupa en el universo material. El tener, comiéndose incesantemente al ser, y no hay espacio que no le pertenezca a alguien. Ese alguien-dueño, deja fuera a los otros cuerpos que si no son dueños deben aprender a rodar, a pagar o a escapar.

Al alguien-dueño no le alcanza el cuerpo para habitar. Requiere de esa pertenencia de más aire para respirar y agua que beber que la que necesita. A los cuerpos-no-dueños su sola existencia los hace deudores del espacio que habitan, del agua que beben.

Y luego, el trabajo dignifica, nos hace no-deudores del espacio que habitamos. Y entonces, la vida, la existencia toda cae en el embudo de producir una dignidad que nos abarque. Y así existimos para proveernos de la dignidad de existir. Damos vueltas por una gran rueda de ratón que nos contornea el continente sin ver el contenido.

De pronto la pausa, y respirar, y sentir eso que está dentro y que vibra el movimiento, el pensamiento. Eso, eso innominado, eso que sólo es. Ese silencio hondo que nos coloca detrás del ritmo del tiempo.  Se abre un placer enorme, liviano, un beso con todo lo que existe solitariamente. Ahí hay certeza de lo eterno y del instante, de lo efímero de nuestras construcciones flotantes.

Tocamos carne para ser, pero estamos rodeados de cielo.

todocielo

todocielo

todo lo que me rodea es cielo
respiro cielo
levanto la mano, la muevo hacía adelante y toco cielo,
entre los dedos pasa cielo.

salgo del restauran en el que trabajo de mosa,
sin francos,
con un jefe que me roba la propina
es la una de la mañana y camino por una vereda mojada, con un frío austral que repele.
debajo de la vereda veo tierra,
roca madre,
China
y cielo.

Pájaro-flor

Pájaro-flor

Los pájaros flor son seres que sólo pueden verse entre sí. Son de tonos cambiantes, usualmente migratorios aunque los hay de tierra quieta también.

Son mezcla de flor despeinada con pájaros de cola larga como quetzales. Se alimentan de frutas fúccias, verdes, anaranjadas que le dan el color a sus plumas y pétalos. Es usual verlos con pequeños campos de pasto floreciendo en sus pechos, que a veces se transforman en diminutos árboles. Los pájaros-flor reposan ante la luz del sol, del agua de mar y de de ríos y es lindo verlos con los ojos cerrados, paraditos mirando el atardecer con serenidad de estatuas.
Tienen un lenguaje propio aunque con símbolos y canales variables. Algunos usan los colores, otros las piedras o trazos planetarios; pero siempre dibujan lo amorfo, se expanden en lo innombrable. Llevan siempre consigo un bolsito lleno de signos de pregunta que desparraman por ahí. Los dejan en asientos de colectivos, en bolsillos de desconocidos, colgados de los árboles. Luego, cosechan desconciertos, recelos y hasta invitaciones a comer.

Los pájaros-flor son una especie contagiosa. Uno se da cuenta de su efecto cuando ya es tarde, cuando ya es parte. Entonces, sólo queda mirarse a los ojos mientras se entrega un mate en silencio, o hundirse en el flujo de un sonido percutido.

el silencio no es ausencia

el silencio no es ausencia

Até la bicicleta a un árbol. Estaba exhausta y sentía dentro una bola pesada, flotadora; que con cada movimiento se precipitaba contra mis bordes quebrándolos, debilitándolos.
Llegué hasta el río y le rogué a su corriente que me lave, como un viento de agua.
Tiritando, encontré las piedras, la arena. El sol se convirtió en una línea subiendo por mis tobillos. De a poquito me desgrané incansable hasta la quietud.
Quién podría decir que las rocas por silenciosas están ausentes. Las miro de reojo, tan ahí, serenas y contundentes.

Guacha

Guacha

En una de esas, fue porque no pudiste borrarte tu mar natal, o porque te resististe a abandonar los días del monte ecuatoriano. Creíste que el mundo era un patio, con palos, conejos y golosinas para comer una vez por día. No aprendiste, te lo dije, te lo dijo el Mono, pero no aprendiste como se ordenan los autos, las manzanas cuadradas, como son cuadradas las casas, las ventanas, los canastos, los canteros. Puede que hayas percibido una mueca de duda, una falta de convicción en nuestro tono cuando te decíamos que las cosas son así, y bueno que va a ser; y no, no nos creíste.
En una de esas presentías tu destino, y fue por eso que te empeñaste a que pasemos todo el tiempo juntas, sin importar horarios, ni pelos en el colchón. Ahora, tu ausencia se viste de los rastros que dejaste, se viste de tobillos mordidos, de los planes de río, y se pasea así por la cocina y me veo ridícula mirándola incrédula, pensando que fue mentira y que volviste. Tu ausencia se convirtió en un hueco gris que me sigue por todas partes, y en cualquier momento me asalta queriendo entrar en mí, al menos en mi cabeza para empezar. Y yo quiero que lo consiga, lo intento, le ayudo. Pero lo único que logro es que me quede la cara mojada y tenga que explicar que no importa que eras un perro y yo un humano.
A veces no hace falta hablar para caerse bien. Hay abrazos que suceden en un instante susurrado en el tiempo, y se extiende sin agotarse. Te vi, y sé que me viste. Lo supe ese día en que fui bajorrelieve y vos seguías sabiéndome aunque de pronto fuese burbuja, supiste que la cara no estaba mojada porque sí, que era yo misma deslizándome por el cuerpo-continente. Y por eso te quisiste tomar esa agua, porque en una de esas así se evitaba lo que ya sabias, eso que no vamos a decir porque me pone mal.
Estoy segura de que sabés de lo que te hablo, que el hueco gris me hace pensar en qué pieza debería haber corrido para que no pase eso, lo que no vamos a decir. Y le doy vueltas, pero no, no te corriste. Justo cuando estaba pensando que la peli la dirigía yo, me vengo a dar cuenta de que  así como extender la vida hasta sus bordes tiene cascadas frías y escondidas, tiene también fronteras que se mueven, y finalmente no podemos rescatarnos de lo inevitable. Lo supe cuando te vi irte, cuando tu cuerpo-continente ya no te contuvo y por algún lugar te escapaste aunque te dije que no, que no. Lo que vino después, las flores y el pozo, fue sólo en nacimiento de tu ausencia al que ni te dignaste a asistir.
Nos quedamos con el Mono escuchando la canción del Flaco, la que habla de los días de la vida mientras el hueco nos miraba testarudo y maléfico, pero no nos entraba en la cabeza. Te prendimos una vela porque sos negrita y por ahí no te ven y te pisan, y porque seguramente donde fuiste hay momentos en los que te vendría bien una luz naranja. Me pregunto si cuando seas en otro lado vas a buscarnos, si vale llevarse algo cuando uno se va. Espero que si te llevaste algo de nosotros, te sirva de amuleto para que entonces por fin encuentres los campos eternos de sol y Cumbia.

bajorrelieve

bajorrelieve

Soy un punto suspensivo, suspendido, un punto que sólo se profundiza hasta aparecer dentro de una burbuja. Desde ahí veo un cielo rosa, esquizofrénico; los autos y los diálogos van en un tiempo ajeno y apenas puedo ser el bajorrelieve de lo que se ve de mí. Me acompañan unos ojos negros sobre una nariz fría. Como un arroz que se tiñe de fucsia remolacha en un intento por pensar lo que debería fluir instintivamente, por darme pruebas que sigo ahí.
Me percato que la burbuja tiene forma humana, rulos enredados y color marrón-cartón. Voy flotando en ella sintiendo los pies apoyándose uno detrás del otro en una vereda, al costado de una calle larguísima y recta. Llego hasta un parque con una caja en la cabeza. Los sonidos se reducen al roce del pelo con las paredes de papel. Me recuesto en un banco, y mientras juego a tapar con los dedos la luz naranja de los reflectores, anochece inevitablemente.
Vivo en una casa que cambia de forma, de color y hasta de sitio. Pero siempre es ella, la misma, con algunos platos sucios, con pájaros flor tocando guitarras, improvisando versiones planetarias, curándose con piedras, flores y frutas. A media cuadra del parque está la casa de estos días. Tiene un patio con poca tierra, rodeado de puertas que llevan a guaridas. Allí, parece ser, se refugiaron animalitos de pantano, barrosos, destilando ceguera de viento y mariposa. Dejaron en las paredes las vías de trenes fantasma, y fue ahí, vestida de esos muros vibrantes, que comencé a llorar y sólo pude irme, atravesando un pasillo con un perro que ladraba.
Sigo en el banco sin saber si volver, sin siquiera tener una explicación más que a veces estoy detrás de mí, de mi risa, de mis movimientos frenéticos. Que sé que estoy hablando porque me escucho, sin saber qué digo, y creo que hasta se me nota en mi dislexia incipiente. A veces crece un globo aunque nadie lo inflame, y aunque no quiera verlo y lave mi ropa y salga a trabajar por las tardes, un día cualquiera ya me tiene aplastada sobre el borde de una habitación. Me pierdo sin motivo alguno, no soy yo quien tiene el control remoto. Es la vida la que se fue de mí estos días; en una de esas sucedió aquella tarde en el puente, se suicidó arrojándose a un vacío que la llevó finalmente al cielo. Y se quedó ahí, abandonándome en el puente. Me olvido de que se manda sola, y le envío razones para que vuelva, como flechas de palabras. Le digo que nos vayamos a un cuarto blanco, minimalista, que todo está limpio, que voy a ir al dentista.
Él me besa a mí, a la burbuja. Llora y tira de la lanita que me cuelga del pecho.

pájaros flor – primera parte

Catalana de nacimiento, aprendio a nadar antes que a caminar. Sus papas la llevaban cada fin de semana a la imprenta para que aprenda el oficio. Es mujer desde que es una nena. El primer mes de facultad vendio hachis para juntar dinero e irse a Mexico. Estacasada con una colombiana, novia de su mejor amiga, una argentina. Tiene de mochila un cajon peruano y una libreta de tela. Se anuda unos cascabeles al pie y baila hasta cuando come. Ama a la mar más que a cualquier hombre.

Fue el numero 10 de Tetris en el mundo durante una semana. Vivió 4 años en Italia y de regreso a Chile, empachado de ácidos, decidió suicidarse un día. Esa misma tarde le toco la puerta una mujer, se enamoró. Nacio otra vez cerca de Medellín, despues de 9 lunas de alej y yajé. Es hermoso con sus ojos chinos detras de una flauta traversa. Siempre usa una camperita roja, ama la sopaipilla y los completos chilenos.

Nacio en el ceno de los testigos de Jehová. Fue maestra, golpeadora de puertas para depositar la fé. Su amor por las cuecas, la obligó a sacudirse los pesos, a tocarle la guitarra el cielo. Pololeó sin permiso, la hecharon de su casa. Ahora es como un caracol, lleva su mundo nuevo, el inventado, el temible, en una mochila que se cosió con una maquina antigua, en una casa hippie. Adoptó una perra invalida, la hizo recuperar el apetito preparándole leches de marihuana. Es una niña-niño que dulante la adolescencia arqueo su espalda para esconder sus pechos indisimulables. Llega su luna cuando quiere, y entonces llora durante horas, tocando cueca, recitando coplas, llora alegremente, se ríe de ser ella, de que por fin se dejó ser una enrredadera que crece sin miedo a cruzar un pais sin dinero. Hace un gesto raro  para alcanzar las notas agudas, es experta en trenzas cocidas.

Creció en Buenos Aires, con pocos amigos en una adolescencia de epilepcia y un papá para olvidar. Atravesó Africa en bicilcleta y se enamoró por primera vez de una mujer en Croacia. Es música, canto de ceremonia. Es un pájaro flor de canciones tristes, de tabaquito ancestral. Es un amante de las cascadas, de los abrazos con todo el cuerpo. Conmovedor, conmovible. A veces se quiebra, a veces se deja llevar por el bardo e insulta a lo argento, hace chistes de tu vieja, de la miea. Despues se arrepiente, bendice, canta. Le gustan los pantalones ajustados y pintar durante las tardes en las que todos se van. Se conecta con los animales, arma huertas donde va. Le encargaron el cuidado de una casa hippie, lo conoci cuando llegaba de un temascal, me abrazo, me hizo lugar, se comio en la escalera un sanguche.

 

 

 

cuatro kilos cuatrocientos

Esa mañana me pusieron una capelina, el vestido con el pecho fruncido y los zapatos que use en mi cumpleaños de 5. Mientas me peinaban pregunte por mi mamá pero no había vuelto. Recordé que la había visto salir la noche anterior, subiéndose al auto con una de sus amigas. Llevaba sus lentes gruesísimos – de culo de botella decia ella- y el bolso. me saludó desde la calle, con la puerta ya abierta. me había dicho que ya volvía.

Me subí con mi tía y algunas de mis primas en un taxi azul platizado. Por entonces eran de ese color en Neuquén; después – en una de esas con afán de imitar a la capital- los pintaron de amarillo. Llegamos y me di cuenta de que estábamos en la puerta de la clínica porque mi mamá trabajaba ahí. Conocía ese lugar como a pocos. Su olor a alcohol me sabía al de la chocolatada con media lunas que me comía en el escritorio de mi mamá, mientras ella me pedía que no las sopee.

Subimos por la rampa, atravesamos la puerta de hierro con ventanas de vidrio texturado con pequeños cuadraditos. Caminamos por el pasillo y nos subimos al ascensor. Se cerraron las puertas enrejadas para reabrirse en el 4 piso. Hicimos algunos pasos y llegamos a una habitación con cortinas beige. Había un sillón de esos bien cuadrados, ochentosos; una mesa de luz alta y con rueditas; y una cama de hospital con sábanas blancas. Ví a mi mamá parada, semisentada en el colchón, tenía los ojos en una cuna plástica. Me miró, estaba un poco pálida y tenía puesto un camisón. Se sonrió y me dijo que me acercara para conocer a la bebé. Hacía unos meses me habían preguntado como quería que se llame. «Laura» -dije.

Le había hablado tanto de lo bien que se la pasa en bicicleta, en el baldío. Y ahora estaba ahí, tan inmóvil, como exhausta.  Me costaba imaginar cómo es que había logrado atravesar esa pared de piel, esa panza con ruidos de pescados apretados.  Tenia un vestido blanco y eso la hacía ver aún más colorada.

Me dijeron que me sentara, que le iba a hacer upa. Me sudaban las manos y se me enredaron los pies camino al sillón. Me senté y alguien la tomó en brazos, se me aproximo, la recostó en los míos. Mientras la observaba sólo podía sonreírme. Estaba ahí, era ella. Laura le puse.

Me sacaron una foto. Pesó cuatro kilos cuatrocientos.

constructoras de alas

alas en construcciónnHay leonas que toman forma de niñas, con melenas que cambian de color, de textura, de largo. Pedacitos de azucar que se disuelve en la boca una tarde de mate con cesped pinchando las piernas, frente al Palacio de Justicia en una ciudad de bicicletas, fernet y melancolía.

Son flores que a veces se miran al espejo y se ven con grietas, aunque en verdad nunca agoten el perfume. Mujeres con sierras en el cuerpo, con pasiones fervientes exaladas con vigor de parturientas.

Conmovedoras hasta las lágrimas cuando sonrien y bailan. Cuando se sienten con piernas elásticas capaces de llevarlas hasta donde el corazón les late. Tienen el brillo de los ojos, de los días en los que se pierden y llaman y envían y reciben mensajes pidiendo películas y calor de nido.

Son plumitas en el viento que construyen aves gigantes con tonos de selva y otoño. Cielos claros, caminatas de lluvia, brazos urgentes.

Les surgen pastos y caminos en la mano. Las intuyo de lejos y las imágenes las traen como a un aroma que se reconoce.

Van conmigo mientras me deslizo suavecito por un frasco que presiento sin fin.

el sacerdote de lo innombrable que se dejó ver una mañana

Esta mañana leí poemas mientras tomaba atole. Sentí el primer golpe, y no me detuve, hasta que fue imposible permanecer inmune ante esos alaridos. Mire mi pecho y mi esternón sonante. La piel se estiraba en forma de puños, hasta que por fin de vi salirte de ahí, llenando todo de olor a tabaco y girasol. Apareciste como si nada, con tu risa que quiere verse y esconderse al mismo tiempo. Tenias puesta la misma camisa de flores con la que te vi esa noche que te exorcizabas bailando, la que te pusiste también para que le leamos poemas por el micrófono a la gente que pasaba.

Borges nos miraba desde el sillón haciéndose el ciego. No se inmutó por tu presencia, porque sabe de esas cosas de seres que parece que se van o se quedan pero nada de eso.

Te abrace tanto y tan apretado que tu panza se me hizo de masa y te moldee para contarte lo mucho me me habías hecho falta estos meses. Me hablaste de tus amores, y de los hijos que tuviste y mataste porque te olvidaste de darles de comer mientras pintabas en un bar en el que si pagas una tasa de café podes servirte otra vez.

chiago

Se termino el atole y eso nos sirvió de excusa para dar una caminata en las montañas, y me ayudes a juntar el cartón para las libros. Te dije que me dejes escrito en las piernas los mapas para encontrar las palabras, que los escribas con tinta indeleble porque a veces se me olvida y entonces vienen los días almidonados.

Si hubiera sabido que venías, te hubiese pedido una botella de mescal, que una mejor dos, para que nos las tomemos mirando el techo y que vos fumes como si tuvieses un cigarro interminable, y nos acordemos de tu vecina la religiosa y nos riamos de ella como hienas malvadas.

Te pedí que no te fueras y te reíste abrazándome, y me dijiste que siga siendo la flor en la meseta, y que sabía que tenia que hacer para tener manos de cielo. Te pedí que no te fueras, que me des una mano con eso de que a veces se me olvida todo, que vayamos a prender una vela a la montaña y que se queme todo otra vez. Te reíste, agarraste la pluma, me la frotaste como a un bisturí por el pecho que aún no se reponía de los temblores y entraste como un pulpo gelatinoso en mi cuerpo que te recibió pacífico.

Te pedí que no te fueras. Te quedaste.

 

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